miércoles, diciembre 14, 2005

Cuento


Era un día soleado y brillante. El sol caía a plomo, sin embargo, no hacía calor, más bien sentí una especie de calidez muy agradable. Estaba sentada en un banco de piedra, bastante cómodo por cierto, recargada y con las piernas estiradas sobre el pasto. Podía escuchar con claridad el trino de los pájaros y seguir sus trayectorias para descubrir sus nidos escondidos entre las ramas de los árboles. Podía oler la hierba y sentir la humedad del ambiente. Podría decir que mis cinco sentidos estaban disfrutando de aquella tarde.
Entonces sucedió algo que no encajaba, que no combinaba con aquel cuadro: de entre las raíces salieron dos seres pequeñitos que estaban discutiendo, gesticulando y manoteando. Mi primera impresión fue que mi mente estaba creando esa escena, pero podía escucharlos y sentirlos porque ambos estaban peleándose sobre mis tobillos.
Tuve que intervenir en la discusión. Primero pedí que dejaran de golpearse y golpearme y después pregunté, qué estaba sucediendo. Los pequeños, por un momento se olvidaron de su pelea y me miraron con asombro, no se habían dado cuenta de mi presencia. Así que, pidieron disculpas por el escándalo y por si me habían lastimado. La razón de su pelea era sobre quién era más alto y quién podía brincar más lejos. El primero de ellos, que tenía una gran boina roja en la cabeza y una barba que le llegaba hasta la cintura, se decía el más alto; el segundo, vestido de chaleco azul y bombachos amarillos, decía qué brincaba más lejos.
Por un momento no puede entender cuál era la discrepancia que tenían, ya que no había punto de comparación: uno era alto y el otro brinca más lejos. Pero de repente me di cuenta que aquellos seres tenían una forma diferente de ver las cosas, marcos de referencia distintos a los míos, por tanto, era muy difícil tratar de ayudarlos.
Después pensé que si les ofrecía algo con qué comparar, ambos quedarían satisfechos. Así que quité una cinta de mi tenis y pedí al primer hombrecito que se parara a un lado para poderlo medir; él se irguió lo más que pudo y lo alto de su cabeza llegó hasta la mitad. Luego, medí al segundo hombrecito, que se quedó por debajo de la mitad de la cinta, por tanto el de la boina roja efectivamente era el más alto. Luego le pedí al hombrecito de los bombachos amarillos que saltara y que yo mediría su mejor salto. Y sí, el hombrecito saltó el equivalente a tres cuartos de la cinta. Y de la misma forma le pedí al hombrecito de la boina roja que saltara. Su salto apenas llegó a la mitad, conclusión, el segundo hombrecito, el de los bombachos amarillos, era el que saltaba más lejos.
Ambos personajes se mostraron satisfechos con el proceso y se marcharon perdiéndose entre las raíces del árbol.
Pensé: hoy hice mi buena acción del día. Luego, como un torrente me llegaron ideas, ¿por qué no preguntaste quienes eran?, ¿de dónde venían?, ¿por qué tenían ese tamaño?… Tuve el impulso de buscar a los hombrecitos entre las raíces del árbol cuando empecé a escuchar al locutor de radio comentar acerca de las altas temperaturas que sufren las personas que viven en el norte del país, sobre la corrupción, el alza de los precios… Creí que todo aquello estaba fuera de lugar, cuando mi mamá entró como tromba en la habitación, dijo “No has escuchado la radio, son las 7:30, vas a llegar tarde a la escuela” Sí, tal como lo has deducido, estuve soñando todo el tiempo.

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