martes, diciembre 13, 2005

¿Por qué amo a quien no debo?

Una adolescente típica a punto de cumplir quince años, cursando la secundaria, aprendió de la forma más cruel lo que era el amor. Palabra con distintos significados, que empezaba a tener sentido para ella, por las sensaciones que estaba experimentando.
Un día descubrió que su profesor de química tenía una linda sonrisa y unos ojos muy picaros; por lo que pensó que era muy guapo y agradable. Le gustaba estar cerca de él, escucharlo verlo simplemente. El profesor no se dio cuenta de tal impacto, o si lo hizo su actitud no fue muy honesta que digamos.
Era alto, fornido, moreno de cabello lacio indomable y con un gran bigote. Siempre vestía de manera formal y exponía sus clases con gran profesionalismo, tenía carisma, era un excelente profesor. Pero al mismo tiempo gustaba de bromear con sus alumnas, dado que era un colegio para señoritas y siendo él uno de los pocos varones que entraba a la escuela, obviamente siempre estaba rodeado de mujeres.
Le gustaba bromear con todas ellas, guiñar un ojo, tocar las manos o el brazo cuando hablaba con alguien, haciendo parecer su conducta como normal y muy propia de él.
Entonces fue que la adolescente ingresó a aquel grupo que rodeaba al profesor durante los recesos o el descanso. Participaba del juego e intercambiaba bromas… y entonces fue que se enamoró; no podía asegurar el momento exacto, sólo de repente quedó atrapada por aquella mirada, por aquella sonrisa, donde el resto del mundo desapareció.
Se veía en sus ojos, necesitaba de su presencia para seguir viviendo, escuchar su voz y esperar una palabra, algo de él.
La esperanza persistió pero el deseo nunca se cumplió. El profesor sólo jugaba, bromeaba con todas y con ninguna, desde su perspectiva; él simplemente era amable, galante y coqueto.
Esa conducta formaba parte de su personalidad y no tuvo conciencia de las sensaciones que despertó en aquella adolescente que lo miraba con adoración, pendiente de sus palabras, cuya interpretación la transportaban a un mundo fantástico que ella construía cada día. En ese mundo el profesor le hablaba de amor, diciendo aquellas frases que ella espera escuchar; la besaba como ella deseaba que lo hiciera y la abraza con la intensidad que ella añoraba.
Entre la actitud del profesor, alimentando aquella fantasía con frases y bromas, y la alumna enamorada, se creó un noviazgo ficticio. Ella estaba segura que el profesor en cualquier momento se le declararía, le pediría matrimonio y se iría con él. No especulaba acerca de otro tipo de relación, simplemente esperaba lo mismo que todas las adolescentes: el príncipe azul montado en un caballo blanco, como única meta de felicidad.
Pero el encanto se terminó bruscamente. Resulta que todas aquellas frases que el profesor le decía, no eran para ella ni se referían a ella; sino a alguien más… Estaba tan ciega que cuando alguien tuvo el valor de decírselo, no lo creyó, no era posible; él era el amor de su vida, se lo había dado a entender siempre… Si se lo había dado a entender, pero nunca se lo dijo directamente. Ella creía… ella pensaba… pero para él sólo era una alumna más que conformaba parte del grupo con el que flirteaba. Cuándo aceptó ella la verdadera situación… cuando lo vio al pie del altar esperando a su futura esposa.
Que sucedió con la adolescente y su profesor? No existía la más mínima posibilidad de existir una relación, sería amoral y no bien vista. Pero quién inventó esa regla? Quién estableció qué condiciones y qué roles deben jugar las personas que pueden enamorarse, y cuáles no pueden? Acaso quién juzga sabe exactamente la magnitud del daño sufrido por la adolescente? O en el caso de profesor, acaso tuvo conciencia de cómo le echaba a perder su vida a una chica, sólo para alimentar su ego?
Podríamos concluir diciendo que la vida es injusta, que a unos les toca perder y a otros ganar, pero repito en algún lado están escritas estas reglas? O sólo nos encontramos ante una costumbre, creencia o tradición que se ha naturalizado de tal forma, que se reacciona ante tal prescripción como algo que no puede modificarse.
Desechemos esta conclusión y vayamos a otra distinta. El día que hombres y mujeres hablemos de lo que percibimos y sentimos, con honestidad, estas situaciones cambiaran. El día que nos atrevamos a ir contra las reglas, el tabú, el pecado, el miedo a la marginación social; ese día las relaciones entre los sexos tendrán posibilidades de transformarse. Mientras tanto seguiremos reproduciendo los esquemas echándonos a perder la vida unos a otros.
Si vislumbráramos la vida de otra forma, más abierta, menos racional y más emotiva entonces no tendríamos el conflicto entre lo que debe ser y lo que es, entre lo moral y lo amoral, entre lo que pensamos y lo que sentimos…

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